Friday, February 18, 2005

biin cul

Acabo de tomarme un yogur. Al abrirlo descubrí que un poco se había quedado pegado en la tapa, así que como invariablemente pasa me puse a chuparla. Hala. Sentado en frente de mi ordenador. No es que el hecho en sí tenga nada de malo, es sólo que no es indicador universal de inteligencia. Pensándolo de otra forma, si alguien fuese a tomar una foto nuestra en un momento aleatorio de nuestra vida para representarnos en nuestro curriculum vitae cósmico, ¿cuál es la probabilidad de que no estuviésemos orgullosos del momento elegido? Si la eligen cuando estamos en el baño meando mala suerte, eso no lo podemos evitar. Pero si la eligen cuando nos estamos urgando la nariz, o llevando un disfraz de Hello Kitty porque una vez nos lo pusimos para el cumpleaños de un amigo, pues sería definitivamente culpa nuestra.

Así que no puedo evitar ponerme a darle vueltas al duro camino que hay que recorrer para molar. Verbo infantil para un concepto infantil. Lo primero es haber nacido bien parecido, alto a ser posible y con sentido del equilibrio, así nuestro cuerpo no nos traicionará tropezando a la hora de la verdad. El resto como en cualquier arte supone meterse de lleno en una vida de privaciones para poder sumergirse en el mundillo propiamente dicho. Ya se sabe: en la medida de lo posible no jugar al rol sino al futbol, no salir a comprar chucherías ni cromos sino tabaco, no abogar por el transporte público como salvación de la polución sino sacarse el carné de moto.

Claro que no sólamente de clichés vive el que mola, hay que creérselo. No tener una opinión respecto a si La Masa frente a Spiderman tiene algo que hacer, y sin embargo poder enumerar cinco personalidades del mundo de los negocios es un indicador. No sé si cuando nacemos estamos condicionados o es simplemente una tendencia que sale de nuestro interior, el caso es que hay personas más inclinadas a convertirse en parte de esta élite. Además, como miembro de cualquier comunidad uno es consciente de cuándo estamos ante un igual. Los frikis tienen sus camisetas de "Insert coin" por delante y "Game over" por detr'as; los amantes del heavy metal sus chupas de cuero y el pelo largo. Los que molan tienen para empezar su apariencia, y ante la duda el por dónde llevan una conversación. Cordiales, inteligentes, pero sobre todo manteniendo el tipo. Si les dices "me quiero comprar una bici" puede que no te respondan más que con un "ah" asintiendo con la cabeza medio interesados. Y si les preguntas qué van a hacer el fin de semana no te darán muchos detalles personales. Así que un jefe de sección que sea parte de la élite, sólo elegirá como confidente al muchacho más capacitado de entre sus esbirros, que será el que más mole. No al más friki. Ni al más listo. Ni al que tenga más experiencia. Cuando se trata de confianza, siempre nos cuesta abrirnos menos a alguien cuyos valores no sólo conocemos sino además compartimos.

Y cuál es la ventaja de esta élite? Es un paso más allá de la aceptación social: envidia social. Cómo mola, yo quiero. Aunque lo más inteligente es ser necesitado no por el mero hecho de serlo, sino como consecuencia de creer en quien eres.

Afortunadamente la raza humana goza de una diversidad sorprendente y este no es el único patrón existente. Tenemos más que razas el Vampiro, lo cual nos deja siempre margen en nuestro pequeño mundillo de ser no sólo aceptados sino necesitados como consecuencia de creer en quien somos. A los amantes de la literatura, a los que hablan un porrón de idiomas, viajan y tienen amigos en todas partes, a los pobres que luchan por llegar a fin de mes. Claro que por otra parte, si eligiésemos a un candidato de todos estos estereotipos y los pusiésemos uno al lado del otro, dejando a parte con quién nos sentiríamos más o menos identificados, no habría duda de cuál de ellos sería el que más mola.

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